Escudriñando las sendas antiguas en un mundo posmoderno

Pastor Jaime Batista Cortés

Esta parte de la discusión general sobre la vida y el ministerio del Hijo encarnado de Dios se centra sobre el evento específico del bautismo. No hay aspecto de la vida de Cristo sobre la tierra que haya sido tan mal comprendido como el bautismo. Esta mala comprensión se evidencia por la amplia variedad de significados más o menos contradictorios o de modos de practicarlo. Es obvio que, aunque todos estos significados y modos pudieran ser inciertos, cualquiera de ellos pudiera también ser verdadero. A la luz de esta confusión de ideas que prevalece y de la manera dogmática en que se expresan las teorías, es necesario tener el mayor cuidado con el fin de que este asunto sea estudiado en forma desprejuiciada. No podemos introducir aquí una investigación completa, ni abrigamos el deseo de engendrar más contienda entre aquellos que, sobre todas las cosas, no cambiarían su manera de pensar ante el mundo incrédulo. Las cuestiones generales que deben contestarse son: 1) ¿Por quién fue bautizado Cristo? 2) ¿Por qué razón fue El bautizado? 3) ¿De qué modo fue bautizado? 4) ¿Es el bautismo de Cristo un ejemplo para los seguidores suyos de esta era? 5) ¿Qué otros bautismos experimentó Cristo?

El Bautista

No es cosa insignificante la consideración de la persona a la cual se le asignó la tarea de bautizar al Dios Hombre, ante el cual los ángeles se inclinan en adoración incesante, el cual es Creador de todas las cosas, por Quien todas las cosas fueron creadas y en Quien subsisten, el eterno Gobernante del universo, el Redentor del mundo perdido, y el Juez final de toda la creación de Dios, incluyendo tanto a los ángeles como a los hombres. Más tarde se nos revela que el mismo Señor bautizó con Espíritu Santo y fuego. Aunque algunos pueden cuestionar el hecho mismo de que El tuviera que ser bautizado, sin embargo fue bautizado tanto en agua como por medio de los sufrimientos de la muerte (comp. Mt. 20:20–23 con Mt, 26:42 y Jn. 18:11). Para Juan, el más alto honor que se le concedió fue el de bautizar al Salvador, y de Juan se declara que él fue el último profeta del antiguo orden (Mt. 11:13), y que él es el mayor de todos los nacidos de mujeres (Mt. 11:11 ), y que fue el mensajero del Señor, divinamente escogido –el heraldo que fue enviado especialmente a anunciar el advenimiento del Mesías. Isaías predijo con respecto a Juan: «Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado» (ls. 40:3–5). Malaquías anunció también en nombre de Jehová: «He aquí, Yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí.» A esto sigue la predicción del mensaje de Juan, el carácter del cual está completamente de acuerdo con el que se registra en la predicación de Juan –esta comparación no se debe pasar por alto– pues relaciona el ministerio de Juan, en lo principal, con el sistema de méritos de Moisés y en ningún sentido con el sistema de gracia que se hizo efectivo por medio de la muerte y de la resurrección de Cristo. El hecho de la elección de Juan para que fuera el mensajero de Jehová y el heraldo de Cristo es una responsabilidad que excede en mucho a cualquier otra que se le haya encomendado a hombre alguno. A Juan se le encomendó divinamente la tarea de preparar el camino del Mesías (comp. Mr. 1:2; Hch. 19:4), y la de hacer que Cristo «fuese manifestado a Israel.» El explicó: » … por eso vine yo bautizando en agua» (Jn. 1:31).

Es probable que el bautismo de Juan servía como sello de su predicación reformadora. La revelación del Mesías la cumplió Juan cuando dijo: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn. 1:29). Del mismo modo, el bautismo extraordinario que él le administró a Cristo sirvió para indicar que Jesús era el Mesías. A pesar de que Juan estaba debidamente consciente de que él había sido elegido divinamente para esa misión –pues él mismo dijo: «Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías»– sin embargo, trató de evadir la responsabilidad de bautizar a Cristo. Esto se halla escrito en el Evangelio: «Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por tí y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó» (Mt. 3:13–15).

J.W. Dale en su obra (Johannic Baptism, pgs. 405,406): explica la vacilación de Juan y la firme responsabilidad de Cristo. Citamos aquí su comentario:

«¿Cómo podré tocar tu cabeza inmaculada? ¿Cómo podré extender mi mano derecha sobre Ti que has extendido los cielos como una cortina y que has afirmado la tierra sobre las aguas? ¿Cómo podré extender mis dedos serviles sobre tu divina cabeza? ¿Cómo podré lavar al que es sin mancha y sin pecado? ¿Cómo encender al que es la Luz? ¿Cómo puedo orar por Ti, que recibes las oraciones de aquellos que ni siquiera te conocen? Al bautizar a otros los bautizo en tu nombre, para que ellos puedan creer que tú vienes en gloria; pero, al bautizarte a Ti, ¿a quién mencionaré? ¿En nombre de quién te bautizo? ¿En nombre del Padre? Pero tú tienes en Ti todo lo del Padre. ¿0 en el nombre del Hijo? Pero no hay otro fuera de Ti, que por naturaleza sea Hijo de Dios. ¿0 en el nombre del Espíritu Santo? Pero El está absolutamente en Ti, pues es de la misma naturaleza, de la misma voluntad, de la misma mente, tiene el mismo poder, el mismo honor, y recibe contigo la adoración de todos. Por tanto, si a Ti te place, oh Señor, bautízame a mí que soy el Bautista. Tú me hiciste nacer. Extiende tu venerable mano derecha, la cual has preparado para ti mismo, y coróname con el toque de tu mano como heraldo de tu reino, para que como heraldo coronado, pueda yo predicarles a los pecadores, exclamando ante ellos: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo… Y podemos oír lo que Cristo contesta: Es necesario que yo sea bautizado ahora con este bautismo, y que luego, yo confiera a los hombres el bautismo. Préstame tu mano derecha, oh bautista, para este servicio… Toma mi cabeza que recibe la adoración de los serafines. Bautízame, así como yo he de bautizar a todos los que creen en mí con agua, con Espíritu y con fuego; con agua, que es capaz de lavar la suciedad del pecado; con el Espíritu, que puede hacer que lo terreno se haga espiritual; con fuego, que consume por naturaleza las impurezas de las transgresiones. Habiendo oído el Bautista estas cosas, extendió su diestra temblorosa, y bautizó al Señor de la gloria.»

No debe pasarse por alto que Juan era hijo del sacerdote Zacarías, de la clase de Abías, y que la madre de Juan era descendiente de Aarón directamente (Lc.1:5). Juan era, por tanto, sacerdote por derecho propio, aunque no existe ninguna prueba de que él haya sido consagrado para el oficio sacerdotal, ni de que lo haya sido. Él era legalmente sacerdote del mismo modo como lo fueron los grandes sacerdotes del Antiguo Testamento, lo cual tiene gran significado en relación con el ministerio del bautismo. Por un hombre así, tan especial, escogido y provisto por Dios, fue bautizado Cristo.

La necesidad del Bautismo

Con respecto al bautismo de Cristo, se nos dice que lo recibe porque: «… Así conviene que cumplamos toda justicia» (Mat:3:15).

Es razonable que Cristo, habiendo llegado a la edad señalada de 30 años, hubiera sido consagrado como Sacerdote. Es significativo que cuando Cristo llega a bautizarse, se declara: «Jesús mismo al comenzar su ministerio era como de treinta años» (Lc.3:23). Este detalle no carece de significado. «Al estudiar la ley mosaica descubrimos que el varón que iba a entrar en el sacerdocio no podía ser elegido para ese oficio hasta que cumpliera 30 años de edad (Núm. 4:3), y si agregamos el hecho de que no había otra clase de ministerio público al cual se entraba de acuerdo con alguna prescripción de límite de edad, se puede deducir que el bautismo de Jesús tuvo que ver con su consagración para el oficio sacerdotal. Es necesario recordar que Cristo fue de la tribu de Judá y que, según la ley de Moisés, ningún sacerdote podía proceder naturalmente de Judá; sin embargo, nadie discute el hecho de que Cristo es Sacerdote tanto en la forma simbolizada por Aarón como en el orden de Melquisedec.

En los capítulos 5 al 10 de la Epístola a los Hebreos hay una confirmación de la verdad de que Cristo es Sacerdote. Por ejemplo, en Hebreos 7:14-17 leemos: «Porque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de Judá, de la cual nada habló Moisés tocante al sacerdocio. Y esto es aun más manifiesto, si a semejanza de Melquisedec se levanta un sacerdote distinto, no constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible. Pues se da testimonio de él: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.» Así se reconoce divinamente que el sacerdocio de Cristo fue de carácter excepcional. No sólo por el hecho de que Él procede de Judá, sino porque sigue la similitud con Melquisedec, el cual no fue del linaje de Aarón, ni siquiera perteneció a Israel. Puesto que el sacerdocio de Cristo es completamente excepcional, se podía esperar que su consagración fuese excepcional; y realmente, lo fue. Fue realizada por Juan, el cual no sólo superó al sumo sacerdote en que fue divinamente elegido, sino que superó a todos los profetas del Antiguo Testamento en autoridad y en reconocimiento divino. En efecto, una de las comisiones que Dios le encomendó a Juan fue la de presentar al Mesías como Profeta, Sacerdote y Rey. Sólo nos queda insistir en la verdad de que según la ley mosaica, que fue decretada por el mismo Dios, y la cual se le enseñaba a la gente para que le rindieran honor, todo sacerdote tenía que ser ordenado. Y a Cristo, puesto que era sacerdote, no se le concedió excepción con respecto a la ordenación. Su cumplimiento de lo que estaba divinamente establecido en la ley constituye el cumplimiento de toda justicia.» La justicia de la ley» (comp. Ro.2:26; 8:4) es una expresión que no significa otra cosa que el cumplimiento de la ley de una manera perfecta.

Debemos decir aquí, que hay una amplia diferencia entre lo que se llama el bautismo de Juan y el bautismo del Mesías realizado por Juan. Aunque Cristo fue bautizado por Juan, sin embargo, ese no era su bautismo común y corriente, el cual era un bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados… No se podía exigir que el Mesías se preparara para su ministerio por medio de un bautismo que era para pecadores. No se puede identificar al Mesías con el pecado del pueblo por haber recibido el bautismo de manos de Juan. Se corre el riesgo de deshonrar la gloria del Señor, y no tiene apoyo bíblico. La penitencia del pecador no es la manera de «cumplir toda justicia.» El «arrepentimiento», «frutos dignos de arrepentimiento » y «remisión de pecados», aunque son expresiones que indican el fundamento del bautismo de Juan, son completamente extrañas a la Persona de nuestro Señor.

Él nunca pecó, por tanto, nunca tuvo que arrepentirse ni dar frutos dignos de arrepentimiento. Es claro que el bautismo de Juan no era el bautismo cristiano; de otro modo el Apóstol no hubiera bautizado a doce discípulos de Juan (Hch.19:4,5). Y todavía es más claro que el bautismo de Cristo, tal como lo realizó Juan, no era el bautismo cristiano. La regla tantas veces repetida de que hay que seguir el ejemplo de Cristo no siempre es válida. Los cristianos pueden seguir a Cristo en asuntos morales y espirituales, pero no en actos oficiales. Y el bautismo de Cristo no envolvió ningún principio moral. Era el cumplimiento de una obligación que le correspondía a Él particularmente.

Se puede concluir, entonces, que Cristo, aunque era de la tribu de Judá y, por tanto, no debía ser reconocido como sacerdote por ningún sumo sacerdote, es sin embargo, el Sacerdote consumado; y que Él, mediante el cumplimiento de la ley que Jehová había establecido, fue ordenado para el oficio sacerdotal. Al hacer Él esto, puesto que su vida terrenal se sometió a la ley y la cumplió perfectamente, cumplió toda justicia en el sentido de que fue debidamente separado para el ministerio sacerdotal. Él, que fue descalificado según las leyes impuestas sobre el sumo sacerdote en cuanto a quién podría ser ordenado para el sacerdocio, fue ordenado por la elección del mismo Dios como Sacerdote y Profeta.

Otros Bautismos

Hay otros dos bautismos que experimentó el Cristo Encarnado. Son los siguientes:

El Bautismo del Espíritu Santo. Con respecto a este bautismo se nos dice en Juan 1:32,33: «También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo.» Las Escrituras dan abundantes testimonios de que todo el Ser de Cristo estuvo de ahí en adelante bajo la influencia de esa unción: 1. A través de la declaración del heraldo (Jn. 3:34), quien dijo: «Dios no le da el Espíritu por medida», y también mediante la declaración posterior: »Jesús, lleno del Espíritu Santo.» No se nos deja a nosotros la deducción de que ese Don tendría una influencia directora, sino que Juan declara expresamente: »Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no le da el Espíritu por medida.» 2. Dirigido por esta Influencia, El predicó: »El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres . . . A predicar el año agradable del Señor . . Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros» (Lc. 4:18_21). »Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret» (Hch. 10:38). 3. Sus milagros fueron realizados mediante este poder: »Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios» (Mt. 12:28). 4. La ofrenda de Sí mismo como Cordero de Dios la hizo Cristo mediante el Espíritu: » … Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios» (He. 9:14) Se nos dice que el Salvador, inmediatamente después del bautismo, estaba lleno del Espíritu Santo, lo cual es evidencia concluyente de la influencia permanente y directora del bautismo espiritual: »Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto» (Lc. 4:1). Y cuando El volvió del desierto, regresó investido con toda la energía del Espíritu divino: »Y Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea» (Lc. 4:14).

El Bautismo de la Copa. «Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos» (Mt. 20:22).

«Entonces Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizado con el bautismo con que yo soy bautizado? Ellos dijeron: Podemos. Jesús les dijo: A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados» (Mr. 10:38,39).

«De un bautismo tengo que ser bautizado: y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla! (Lc. 12:50).

El Salvador no quería decir que El iba a ser bautizado en una copa o vaso o dentro del cáliz, sino que el vaso lo iba a bautizar. Así como el bautismo de Cristo por el Espíritu, es fundamental en su carácter y revela la misma esencia de todos los bautismos del Nuevo Testamento, es decir, el de llevar al sujeto a la condición de bautizado por medio de un agente que bautiza, ya sea el Espíritu Santo, un vaso, una nube, el océano o el agua. El agente que bautiza no es el bautismo, así como la cuerda que utiliza el verdugo para ahorcar al condenado no es la muerte. La cuerda puede conducir a la muerte, pero no es la muerte. Hay consenso general en que esta referencia de Cristo al vaso con que había de ser bautizado era una referencia a su pena de muerte. Este vaso lo tomaría de la mano de su Padre. Se nos dice: «Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber? » (Jn. 18:11), También se nos dice que El oró: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú … Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad» (Mt. 26:39_42; comp. Mr. 14:36; Lc. 22:42). Aunque hubiera simpatía humana para El, era imposible que otro tomara este vaso, aunque tuviera que experimentar la muerte física. Como recuerdo, tomamos la copa que contiene el símbolo de la sangre que Cristo derramó, sangre que derramó cuando tomó el vaso de su pena de muerte, el Justo por los injustos. El contenido de este vaso servía para bautizar al Hijo de Dios en la muerte.

Así que, en conclusión, podemos afirmar que Cristo se sometió a tres clases de bautismo:

Primero, fue bautizado por medio del agua, según las condiciones prescritas en la ley de Moisés, como un acto oficial de separación para el oficio sacerdotal, oficio que prefiguraba el cumplimiento de la gran ofrenda sacerdotal de Sí mismo a Dios. Luego es bautizado en el Espíritu, y por último recibe el bautismo de la Copa o sea su muerte en la cruz.

Publicado en Cristianos Poéticos

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