Juan Elías Vázquez
La Biblia nos habla de dos hombres que, aunque se llamaban igual, eran muy diferentes en su modo de actuar. Los dos se llamaban Demetrio. Sólo que uno amaba la verdad y el otro se enriquecía con la mentira. En primer lugar, veamos al segundo. Vivió en Éfeso, en el tiempo en que Pablo predicaba ahí el Evangelio. La verdad de este mensaje y su efecto liberador sobre la gente estaba haciendo fracasar el floreciente negocio de Demetrio (Hechos 19:24), mismo que consistía en la venta de reproducciones en pequeño del templo de Diana. Como intermediario, “el Platero” temía por sus ganancias, pero también por las de sus proveedores. Así que, contándoles del Apóstol, los azuzó en su contra provocando en la ciudad, dice el pasaje, un alboroto no pequeño; suceso del que da cuenta el resto del capítulo.
Un Demetrio distinto aparece en la tercera Carta de Juan 12. A él no se le dedican 19 versículos. Pero en breve, la Santa Palabra nos habla maravillas de este hombre. No sólo nos dice que “todos” dan buen testimonio de Demetrio, sino que incluso la verdad misma da la cara por este cristiano. También yo –dice el Apóstol– doy testimonio, “y vosotros sabéis que nuestro testimonio es verdadero”. Antes (v. 11), Juan aconseja: “No imitéis lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios”.
Ambos casos nos alcanzan para mostrar el efecto que cobra en los hombres el ejercicio de la mentira y la verdad; lo negativo y lo positivo; lo auténtico y lo falso. Los polos opuestos se atraen en esta era de contradicción e, incluso, los hijos de Dios llegamos a practicar la mentira y a imitar lo malo en vez de lo bueno y agradable a nuestro Señor. No se necesita ser un Demetrio idólatra para ser presa, por un lamentable descuido, de lo negativo y lo falso. A los judíos religiosos el Señor Jesús los reprendió, diciéndoles: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo… Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Jn 8:44). Los mensajes de advertencia se multiplican: “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad” (1ª Jn 1:6); “de palabra de mentira te alejarás” (Ex 23:7); “No fiéis en palabras de mentira, diciendo: Templo de Jehová, templo de Jehová es éste” (Jer 7:4); “El justo aborrece la mentira; mas el impío se hace odioso e infame” (Prov 13:5); “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo” (Ef 4:25); “…porque ninguna mentira procede de la verdad” (1ª Jn 2:21).
Los textos de la Palabra de Dios nunca están de más. Leamos por último otros dos pasajes: “El labio veraz permanecerá para siempre; mas la lengua mentirosa sólo por un momento” (Prov 12:19); “No habitará dentro de mi casa el que hace fraude; el que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos” (Sal 101:7).
Podemos sacar entonces varias conclusiones. Que puede uno enriquecerse haciendo copias de lo falso y vendiéndolas –siempre hay compradores–; que el diablo se dedica a engañar a los necios e inconstantes, haciéndoles creer que son los verdaderos hijos del Reino; que podemos llegar al extremo de profanar con la mentira el templo de nuestro Dios; que debemos rechazar la mentira y hablar verdad siempre con nuestro hermano, porque la mentira no puede provenir nunca de la verdad. ¡Ojo!, ¡cosas muy importantes!: lo auténtico perdura, lo falso apenas sobrevive un momento; el que comete fraude no puede habitar dentro de la Casa, y jamás podrá afirmarse delante del Todopoderoso.
Ilustración: Nono
¿La imitación es moralmente reprobable? San Juan dijo: “No imitéis lo malo, sino lo bueno”. ¿Esto quiere decir que las buenas imitaciones son las mejores? ¡De ninguna manera!, nos diría san Pablo si aún viviera. ¿O que se copie (piratería) sólo lo de buena calidad? ¡Tampoco!, bien lo sabemos. En cambio, sí podemos asumir el papel de Demetrio, del hombre de la buena fama de que nos habla el apóstol Juan. En cierta forma, éste Demetrio es el original, y no la copia defectuosa.
¿Quién puede decir, como el apóstol Pablo, “sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”? A semejanza de nuestro Señor y Salvador, imitando sus enseñanzas, quizá no lleguemos a ser luminarias de este mundo, ni ricos ni poderosos; pero eso sí, revestidos de un buen testimonio de propios y extraños, podremos presentarnos ante Dios como cristianos que no tienen de qué avergonzarse.
Publicado en La Voz del Amado, Año I, Número 7, diciembre 2007.
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