Escudriñando las sendas antiguas en un mundo posmoderno

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¿Permiso para robar?

Olga Miranda

Piratería es el término usado para referirse a la copia de obras literarias, musicales, audiovisuales o de software hecha, con fines lucrativos, sin consentimiento del autor o sin autorización legal. Es una metáfora del robo tolerado realizado en los mares del siglo XV al XVII. Algunos reyes llegaron al cinismo de otorgar “patentes de corso”, es decir permisos para saquear barcos enemigos.

Ilustración: Nono

Parece que el pueblo cristiano prefiere ignorar este problema. Y muchos hemos caído en la tentación de adquirir copias pirata de música o películas cristianas. Pero hay que diferenciar. Tenga copyrigt o no lo tenga, si uno de nosotros copia un canto para compartirlo en la Iglesia, resulta de gran bendición para la obra, porque no hay propósito de lucro al alabar a Dios en cultos o reuniones o al oírlo en el auto o casa. Pero si el propósito es obtener una ganancia, tal acción no sólo es contra la ley, sino un pecado, pues se trata de un robo.

¿Se debería permitir la venta de discos pirata adentro o “afuerita” de los templos? ¿Qué diría el Señor de eso?
No podemos justificar la piratería argumentando que Fulano o Mengano “ya tiene mucho dinero”. Lo que un compositor o intérprete haga con el dinero de la venta de su música es problema de ellos. Tu deber es no robar, violando la ley de Dios. Copiar el material para uso personal, queda en tu conciencia; copiarlo con fines de lucro, aquí y en China se llama piratería.

Publicado en La Voz del Amado, Año I, Número 7, Diciembre de 2007 y en la
Edición del Primer Aniversario
(Año 2, Número 11, Mayo de 2008)

Como copias, a pesar de ser los originales

Juan Elías Vázquez

Según datos recientes, divulgados por la Cámara Americana de Comercio, México ocupa el cuarto lugar mundial en la venta de contrabando y piratería, y el primer lugar en América Latina. Este ilícito provocó tan sólo el año pasado pérdidas por mil 200 millones de dólares a diversas industrias.

Algunos detalles saltan a la vista: no importa el nivel de poder adquisitivo que se tenga, pobres y ricos consumen productos “pirata”; las más afectadas son las industrias de la música, cinematografía, editorial y de software.

Los registros que aporta el estudio de la American Chamber son más que elocuentes: el ilícito se presenta en ocho de cada diez películas; en siete de cada diez discos musicales; en 65% del mercado del software; en 60% de usuarios de tv por cable; en 5 de cada diez prendas de vestir; en tres de cada diez libros; en dos de cada tres pares de tenis; en tres de cada diez vinos y licores; en la mitad de las telas comercializadas en nuestro país; y de 20% a 40% del mercado de la joyería.

Los remedios que se buscan: una legislación que promueva sanciones más graves a quienes promuevan o practiquen la piratería; la “moralización” del personal que labora en las aduanas; el cierre de fronteras a productos ilegales, vías terrestre y marítima.

Las causales de este auge se explican por el florecimiento del mercado informal o el “ambulantaje”, en todo caso incentivado por el hábito extendido entre los mexicanos de consumir copias, mucho más asequibles, si bien de calidad muy inferior al producto original.

Siendo el consumo de la piratería un delito, el pueblo cristiano debería mantenerse al margen y evitar la compra de dichos productos. No tenemos mayor problema en remarcar este consejo por medio de esta publicación. Otra problemática a considerar la constituye los altos precios con que se gravan artículos de alto consumo entre nuestros hermanos en Cristo, tales como discos compactos, libros o motivos para regalo. Lo caro que resultan para el bolsillo promedio, nos lleva a pensar que los únicos “ganones” de este trueque son los artistas cristianos y las casas musicales y editoriales que los promueven (no desdeñando el indudable beneficio espiritual que recibimos a través de las grabaciones de alabanzas a Dios, y las palabras impresas en los buenos libros).

Lo que queda fuera de toda discusión es el mandato que ha recibido el pueblo del Señor de seguir la senda original sin apartarse un centímetro. Si alguien te quiere apartar hermano, mediante las vanas sutilezas con que se desliza en el oído el evangelio falsificado (el “otro evangelio”), no consientas. La vida de los cristianos comprometidos sigue siendo escándalo, incomprendida para el mundo. Por tanto, no faltan los maestros del error que dicen “este camino no es el original, el que enseña la Iglesia, te estás dejando engañar”. Tal conclusión no debe resultarnos extraña, pues del mismo Señor aseveraron sus enemigos: “…unos decían: Es bueno; pero otros decían, No, sino que engaña al pueblo” (Jn 7:12). La “locura” del santo Evangelio nos hace ver a los cristianos en situación tan contradictoria, que el apóstol Pablo clama a propósito: “Por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero veraces… como moribundos, más he aquí vivimos” (2ª Cor 5:8 y 9). Por seguir a Cristo hemos venido a ser de repente como copias, a pesar de ser los originales.

Entre lo falso y lo auténtico

Juan Elías Vázquez

La Biblia nos habla de dos hombres que, aunque se llamaban igual, eran muy diferentes en su modo de actuar. Los dos se llamaban Demetrio. Sólo que uno amaba la verdad y el otro se enriquecía con la mentira. En primer lugar, veamos al segundo. Vivió en Éfeso, en el tiempo en que Pablo predicaba ahí el Evangelio. La verdad de este mensaje y su efecto liberador sobre la gente estaba haciendo fracasar el floreciente negocio de Demetrio (Hechos 19:24), mismo que consistía en la venta de reproducciones en pequeño del templo de Diana. Como intermediario, “el Platero” temía por sus ganancias, pero también por las de sus proveedores. Así que, contándoles del Apóstol, los azuzó en su contra provocando en la ciudad, dice el pasaje, un alboroto no pequeño; suceso del que da cuenta el resto del capítulo.

Un Demetrio distinto aparece en la tercera Carta de Juan 12. A él no se le dedican 19 versículos. Pero en breve, la Santa Palabra nos habla maravillas de este hombre. No sólo nos dice que “todos” dan buen testimonio de Demetrio, sino que incluso la verdad misma da la cara por este cristiano. También yo –dice el Apóstol– doy testimonio, “y vosotros sabéis que nuestro testimonio es verdadero”. Antes (v. 11), Juan aconseja: “No imitéis lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios”.

Ambos casos nos alcanzan para mostrar el efecto que cobra en los hombres el ejercicio de la mentira y la verdad; lo negativo y lo positivo; lo auténtico y lo falso. Los polos opuestos se atraen en esta era de contradicción e, incluso, los hijos de Dios llegamos a practicar la mentira y a imitar lo malo en vez de lo bueno y agradable a nuestro Señor. No se necesita ser un Demetrio idólatra para ser presa, por un lamentable descuido, de lo negativo y lo falso. A los judíos religiosos el Señor Jesús los reprendió, diciéndoles: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo… Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Jn 8:44). Los mensajes de advertencia se multiplican: “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad” (1ª Jn 1:6); “de palabra de mentira te alejarás” (Ex 23:7); “No fiéis en palabras de mentira, diciendo: Templo de Jehová, templo de Jehová es éste” (Jer 7:4); “El justo aborrece la mentira; mas el impío se hace odioso e infame” (Prov 13:5); “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo” (Ef 4:25); “…porque ninguna mentira procede de la verdad” (1ª Jn 2:21).

Los textos de la Palabra de Dios nunca están de más. Leamos por último otros dos pasajes: “El labio veraz permanecerá para siempre; mas la lengua mentirosa sólo por un momento” (Prov 12:19); “No habitará dentro de mi casa el que hace fraude; el que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos” (Sal 101:7).

Podemos sacar entonces varias conclusiones. Que puede uno enriquecerse haciendo copias de lo falso y vendiéndolas –siempre hay compradores–; que el diablo se dedica a engañar a los necios e inconstantes, haciéndoles creer que son los verdaderos hijos del Reino; que podemos llegar al extremo de profanar con la mentira el templo de nuestro Dios; que debemos rechazar la mentira y hablar verdad siempre con nuestro hermano, porque la mentira no puede provenir nunca de la verdad. ¡Ojo!, ¡cosas muy importantes!: lo auténtico perdura, lo falso apenas sobrevive un momento; el que comete fraude no puede habitar dentro de la Casa, y jamás podrá afirmarse delante del Todopoderoso.

Ilustración: Nono

¿La imitación es moralmente reprobable? San Juan dijo: “No imitéis lo malo, sino lo bueno”. ¿Esto quiere decir que las buenas imitaciones son las mejores? ¡De ninguna manera!, nos diría san Pablo si aún viviera. ¿O que se copie (piratería) sólo lo de buena calidad? ¡Tampoco!, bien lo sabemos. En cambio, sí podemos asumir el papel de Demetrio, del hombre de la buena fama de que nos habla el apóstol Juan. En cierta forma, éste Demetrio es el original, y no la copia defectuosa.

¿Quién puede decir, como el apóstol Pablo, “sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”? A semejanza de nuestro Señor y Salvador, imitando sus enseñanzas, quizá no lleguemos a ser luminarias de este mundo, ni ricos ni poderosos; pero eso sí, revestidos de un buen testimonio de propios y extraños, podremos presentarnos ante Dios como cristianos que no tienen de qué avergonzarse.

 

Publicado en La Voz del Amado, Año I, Número 7, diciembre 2007.

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