El mensaje de Pablo, el Apóstol de los Gentiles (parte 7)
Juan Elías Vázquez
A LOS TESALONICENSES, CAPITULO 5.
Versículo 1. Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os escriba.
San Pablo acaba de ofrecer a los tesalonicenses una importante revelación: los muertos en Cristo resucitarán y los que vivimos seremos transformados e iremos a estar con el Señor, junto con los santos resucitados, para siempre. Pero, a semejanza de Jesús, cuando respondió a sus discípulos acerca de los días venideros (Mat 24:3), el apóstol Pablo ahora tiene que advertir a sus hijos en la fe que no les toca saber a ellos acerca del día ni la hora de los tiempos postreros. (A Dios le corresponde fijar ese tiempo y lo que ocurrirá en ese tiempo –las “sazones de los tiempos”.)
Versículo 2. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche. “Acuérdense que ya hablamos de este tema”, reitera Pablo. Era necesario, por tanto, que los tesalonicenses no se desgastaran en un sinfín de especulaciones respecto del tiempo de la venida del Hijo del Hombre. No obstante, el apóstol cree necesario remarcarlo por escrito, esto y todos los temas tratados: “Os conjuro por el Señor, que esta carta se lea a todos los santos hermanos”. (v.27)
¿Qué podemos decir nosotros, que leímos esta Carta posteriormente? Para no errar, debemos acudir a las fuentes escriturales de donde emana este concepto en particular: Dios decide soberanamente el día y la hora en que ha de venir.
San Pablo utiliza la figura del ladrón, que incursiona subrepticiamente (“que se hace ocultamente, a escondidas”) en las casas; pues nadie sabe en qué momento o a qué hora será robada su casa. En Lucas 12:39, 40 el Señor Jesús enseñaba a sus discípulos: “Pero sabed esto, que si supiese el padre de familia a qué hora el ladrón había de venir, velaría ciertamente, y no dejaría minar su casa. Vosotros, pues, también, estad preparados, porque a la hora que no penséis, el Hijo del Hombre vendrá”.
Los tesalonicenses no podían –ni debían- saber cuándo se cumplirían estas cosas (la venida del Señor), pero estaban obligados a saber que él vendría y a estar sobrios, velando día y noche, no fuera a ser que por indolencia o por descuido terminaran convirtiéndose en víctimas del “ladrón”. (Ver. 9: “Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo”.)
Antes de abundar un poco más en este tema, hagamos algunas consideraciones acerca del “día del Señor” referido por el apóstol Pablo. Este “día” es idéntico al “día de Jehová” que menciona Isaías 2:10-22. Veamos algunos versículos:
“Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones” (…) “Ciertamente tú (Jehová) has dejado tu pueblo, la casa de Jacob, porque están llenos de costumbres traídas del oriente, y de agoreros, como los filisteos; y pactan con hijos de extranjeros. Además su tierra está llena de ídolos, y se han arrodillado ante la obra de sus manos y ante lo que fabricaron sus dedos” (…) “Métete en la peña, escóndete en el polvo, de la presencia temible de Jehová, y del resplandor de su majestad” (…) “Porque día de Jehová de los ejércitos vendrá sobre todo soberbio y altivo, sobre todo enaltecido, y será abatido” (…) “Y se meterán en las cavernas de las peñas y en las aberturas de la tierra, por la presencia temible de Jehová, y por el resplandor de su majestad, cuando él se levante para castigar la tierra” (versículos 2, 6, 7, 8, 10, 12 y 19).
¡Día grande y temible, colmado de dolor y castigo! “…tanto, que no hay otro semejante a él; tiempo de angustia para Jacob; mas de ella será librado” (el remanente que será preservado), profetiza también Jeremías (30:7). Dios estará en conflicto con su pueblo, Israel, impío y duro de cerviz. Pero todos los perversos del mundo huirán en aquel día ante la presencia temible del Señor y estarán espantados por el resplandor de su majestad (Ap. 6:16). Los tesalonicenses no tenían por qué vivir aquel Día ni participar de sus horrores: “Mas vosotros, hermanos, no estéis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón” (1ª Tes 5:4).
Es a Israel a quien el Señor Jesús está hablando en Mateo 24:3. Se trata de un grupo de ciudadanos israelitas preguntando con ansiosa inquietud acerca de la destrucción del templo, que acaba de anunciar el Maestro, acerca de qué señal habrá de Su venida, y del fin de todas las cosas. En lo que respecta a la “señal de su venida”, el Señor predice: “Porque como el relámpago que sale del oriente hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre”. Sin embargo, cuando tiene que responder acerca de cuándo serán estas cosas, el divino Maestro se detiene: “Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre”.
Asimismo, fue a un grupo de personas interesadas en el futuro de Israel a quienes Jesús resucitado respondió algo muy parecido: “Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restituirás el reino a Israel en este tiempo? Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad” (Hechos 1:7).
Tampoco a los tesalonicenses cristianos les correspondía afanarse inútilmente en averiguar la fecha exacta de la venida de Cristo; en cambio, debían alentarse los unos a los otros con la esperanza de su resurrección y arrebatamiento con Jesús en gloria (1ª Tes 4:18).
Versículo 3. Que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán.
El apóstol Pablo abordó estos temas de carácter profético mediante la siguiente rúbrica: “os decimos esto en palabra del Señor” (4:15). Lo dicho es, pues, revelación del Espíritu Santo a la iglesia por medio de Pablo. Con esa certeza enseña y ministra el siervo de Dios al pueblo. “No deben ser como los impíos –parece decir-, que se sienten confiados y a salvo de cualquier contratiempo”. Eso ministra, pero al mismo tiempo revela a los fieles: los pecadores de aquel tiempo establecerán pactos de paz para sentirse libres de seguir viviendo en los deleites de su carne. Y cuando más seguros estén y más confortables se sientan, en un instante, la ira de Dios los destruirá. No podrán escapar entonces de la ruina, el terror y el inimaginable dolor que vendrá sobre ellos, de la misma forma como una mujer encinta no puede escapar de sus dolores.
Versículo 4. Mas vosotros, hermanos, no estéis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón.
Pablo insiste en advertir a los tesalonicenses que estén en alerta grave y constante, como cuando en los puertos se espera un huracán y se enciende la alerta amarilla o preventiva. Un cristiano no tiene por qué vivir aquel Día grande y terrible; no obstante, el riesgo de que aquel Día sorprenda a los negligentes (cristianos de nombre) sigue latente. Como apunta el profeta san Juan: “He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza” (Ap. 16:15). Si menospreciamos el anuncio preventivo, entonces nuestra negligencia será expuesta al escarnio público aquel gran Día…
Nota: La alerta preventiva no es para los impíos, como podrá entenderse. Pues ellos viven impasibles ante las señales e indiferentes al mensaje de salvación, como en los días de Noé. El sufrimiento y la condenación eterna serán el triste final del pecador si no se vuelve a Dios.
En cambio, las palabras del Espíritu Santo acerca de los tiempos finales están dirigidas a Israel y a la iglesia. Al pueblo judío, el Señor advirtió: “Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo” (Mat 24:20). El pueblo israelita deberá “huir a los montes”, es decir, escapar de los horrores de aquel Día; no obstante, Jesús les dice “rueguen”, para que en el momento en que tengan que escapar no sea en día de reposo, cuando no se puede caminar más de un kilometro, ni en invierno, cuando las condiciones climáticas hacen muy dificultoso cualquier intento de huida. En cuanto a la iglesia, la Palabra de Dios urge al cristiano que esté sobrio y vigilante para que el día del Señor no le sorprenda como ladrón en la noche. El pueblo cristiano debe huir de la transgresión de la verdad de las Escrituras, de la inconstancia, de la indiferencia y de la ignorancia a fin de que no se quede hasta la Venida del Señor.
Versículo 5. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. No andamos como de noche, alumbrándonos con un cirio de llamita temblorosa (ignorancia), para tener suerte con los hijos de las tinieblas.
Versículo 6. Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. (1ª Pe 5:8, sobrios y vigilantes, pues nuestro adversario, el diablo, anda buscando quien lo acompañe en su ruina definitiva.)
Versículo 7. Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. Aunque los que se embriagan tomen de día, aun así pierden la conciencia y son arrebatados por el sueño. De tal forma que, dormilones y borrachos, viven en tinieblas que no los dejan ver dónde están ni adónde se dirigen. No seamos como ellos.
Versículo 8. Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de amor como yelmo. Los hijos de Cristo no tienen parte en el Día de Jehová –que en realidad es la noche en que el Hijo del Hombre minará los hogares de los impíos-; por el contrario, “somos del día”. ¿Cuáles con las características que definen a los hijos del día? Las que apunta el apóstol Pablo: sobrios (“que se comportan con medida en sus palabras y en sus obras”); siendo ya vestidos (no que se tengan que vestir) con el blindaje de la fe en Dios y en su amor, y con la certeza de que ese amor cubre y colma su cabeza. Un ser revestido con este atavío santo no puede ni debe experimentar los horrores de aquella noche. Por tanto, como sigue diciendo el apóstol:
Versículo 9. Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo. La iglesia de Cristo, única, será librada del día de la ira, porque si ahora vive en angustia y persecución, es para prueba, no para juicio.
Versículo 10. Quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él.
Jesucristo murió por nosotros para darnos vida eterna juntamente con él. Ese es el propósito final de Dios por medio de Cristo. ¡No nos ha situado en el curso universal de la vida para padecer los efectos pavorosos de la ira divina! Antes, ya sea que velemos o que durmamos, nuestra mansión definitiva está con Cristo Jesús, Señor nuestro.
Versículo 11. Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis.
Pablo cree conveniente volver a decir a la iglesia en Tesalónica que mantenga siempre un alto espíritu de ánimo. Pero ahora, casi al finalizar el último capítulo de la Carta, el apóstol también les recomienda la edificación, es decir, el conocimiento pleno de la verdad de la doctrina de Cristo, que los mantendrá fuertes y bien nutridos en el Espíritu.
Versículo 12. Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros y os presiden en el Señor, y os amonestan.
Una vez que Pablo ha terminado de comunicar a la iglesia el mensaje profético, vuelve la atención de los tesalonicenses al aspecto eclesiológico. No obstante, el consejo es pertinente para toda congregación cristiana. Es un deber considerar con honra a los obreros que cumplen su trabajo con diligencia, pues ellos, que enseñan y corrigen, también han sido puestos para gobernar o “presidir en el Señor” a la iglesia.
Versículo 13. Y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra. Tened paz entre vosotros.
Amen a quienes les enseñan y los guían (incluso con corrección) por el buen camino, además ténganlos por hombres de mucho valor; pues de esta manera, respetándose entre ustedes, vivirán en paz.
Versículo 14. También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos. Aquí radica la razón de lo que antes ha dicho el apóstol, si no existe amor y reconocimiento entre los hermanos, entonces no podrá existir libertad para amonestar a los débiles e inconstantes –que no faltan en las diferentes iglesias-, pero tampoco habrá paciencia para aconsejar a los desanimados ni para consolar a los entristecidos. Una clase de amor que impida que arraigue la acción corrosiva del mal, como recalca Pablo en el siguiente versículo:
Versículo 15. Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos.
Versículo 16. Estad siempre gozosos.
Versículo 17. Orad sin cesar. “Manténganse vigilantes”.
Versículo 18. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús. La voluntad del Padre es que el hijo de Dios sea agradecido, dando gracias a Dios en todo, por Jesucristo.
Versículo 19. No apaguéis al Espíritu. No propicien que el fuego fulgurante del Espíritu Santo termine siendo en ustedes como el cabo vacilante de una vela.
Versículo 20. No menospreciéis las profecías. No tengan en poco –continúa Pablo en este segundo “no”- las advertencias acerca de los últimos tiempos; hacerles caso o no puede significar la vida o la muerte.
Versículo 21. Examinadlo todo; retened lo bueno. Tal vez Pablo presentía la llegada de falsos maestros que intentarían engañar al pueblo. La advertencia era de lo más pertinente. Los tesalonicenses debían profundizar en las verdades del evangelio de Jesucristo ministrado a ellos por el apóstol. No les prohíbe estar en contacto con otras formas de pensamiento, incluso algún “otro” evangelio, pero sí les conmina a estar firmes en la fe que aprendieron, pues conociendo la verdad sabrían desenmascarar la mentira.
Versículo 22. Absteneos de toda especie de mal.
Versículo 23. Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.
El pensamiento moderno, culto y refinado, niega que el ser humano posea un alma inmortal. La concepción materialista del ser, por tanto, concluye que el “espíritu” del cuerpo es su cerebro. Lenin, por ejemplo, afirmaba que “el espíritu es el producto más elevado de la materia”. Para el pensamiento filosófico contemporáneo, el espíritu es “el principio de la vida intelectual, inteligencia. La noción de espíritu es más precisa que la noción de alma. En efecto, la noción de alma puede designar, al mismo tiempo, el principio de vida y el principio de pensamiento” (Didier Julia, Diccionario de Filosofía, pág. 95). Un dualismo semejante era sostenido por los griegos en tiempos de Pablo. Quizá por esta razón el apóstol determina incluir en el enunciado una oración incidental (“espíritu, alma y cuerpo”) que amplía la información respecto de la concepción bíblica y cristiana del ser.
Según la Biblia, ¿qué es el espíritu? Eclesiastés, un Libro de sabiduría del Antiguo Testamento recoge la noción antiquísima hebrea que considera al espíritu como el hálito de vida, el resuello signo vital del ser: “…y el polvo vuelve a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (12:7). El espíritu es el aliento que hace vivir y que proporciona vida consciente (1ª Cor 2:11), como enseña Ezequiel 37:10: “Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos (los huesos secos), y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo”. En el NT, Mateo describe el momento en que murió el Señor, con la siguiente expresión: Mas Jesús, habiendo clamado otra vez a gran voz, entregó el espíritu” (27:50). Por otra parte, Santiago afirma que: “…el cuerpo sin espíritu está muerto…” (2:26). En algunos pasajes bíblicos alma y espíritu se toman como si fueran una sola unidad o como sinónimos. Por ejemplo, cuando el Libro de Job relata la misteriosa experiencia de Elifaz (“y al pasar un espíritu por delante de mí, hizo que se erizara el pelo de mi cuerpo”), debemos considerar a tal “espíritu” como una entidad sin cuerpo, pero con alma. Los espíritus que sirven al señor de la potestad del aire (Ef. 2:22) son dueños de un alma que habrá de responder por sus actos delante del Creador. Los “espíritus encarcelados” a que alude Pedro, a quienes también predicó el Señor Jesucristo (1ª Pe 3:19), tendrán que enfrentar el mismo acto judicial llegado el momento. Puesto que Dios no juzga el espíritu, ya que todo espíritu, “vuelve a Dios que lo dio”. Sin embargo, es necesario entender que alma y cuerpo son divisibles e independientes, como declara Hebreos 4:12: la Palabra de Dios, viva y eficaz, es “más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu”.
La palabra que usa el NT para significar “espíritu” es pneuma (en griego “aire”, “aliento” y “viento”; el mismo significado que en el hebreo ruah). En este sentido, el “espíritu” es como el hálito que entra en los pulmones y les da vida o como el aire que infla los neumáticos de un vehículo.
En lo que respecta al término “alma”, esta palabra se traduce del griego psuche, en el NT, y del hebreo nephesh en el AT; ambos vocablos tienen un significado idéntico. Para los teólogos, el alma es el asiento de los afectos, deseos y emociones. Es la parte del ser donde radican y desde donde se planean los buenos y los malos deseos; en este sentido, el alma es comparada con el corazón del hombre: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios” (Mr. 7:21).
A) El alma es el ser del hombre, lo hace ser lo que es en cuanto a su personalidad y voluntad; (B) su espíritu le confiere el estado de “alma viviente” (Gn 2:7); (C) mientras que su cuerpo contiene los rasgos físicos que representan ante la sociedad todo su ser. Por último, es necesario apuntar que el ser humano nunca pierde su condición “tripartita”; el alma que ha dejado su estado viviente espera la resurrección, para vida o confusión perpetua, no obstante, es dueña de un cuerpo intransferible y de un espíritu propio que Dios le insuflará de nuevo, llegado el momento.
Guardar nuestro ser irreprensible para la venida de Cristo es un mandato universal para el cristiano. La reprensión divina está reservada para el momento en que comparezcamos delante del tribunal de Cristo, donde serán juzgadas nuestras obras y galardonados nuestros actos de acuerdo con el desempeño de nuestra mayordomía. Procuremos tener cuentas breves y claras.
Versículo 24. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará. En 1ª Cor 10:13, Pablo comparte una enseñanza maravillosa respecto de la fidelidad de Dios y un aspecto práctico de tal fidelidad: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”.
Versículo 25. Hermanos, orad por nosotros.
Versículo 26. Saludad a todos los hermanos con ósculo santo. Un saludo santo, que para el ser cristiano no debería ser el mismo que utiliza para su vecino incrédulo: “buenos días”, etc., o un simple “Dios lo bendiga”, para con sus santos hermanos.
Versículo 27. Os conjuro por el Señor, que esta carta se lea a todos los santos hermanos.
Versículo 28. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros. He aquí, dicho saludo.
FIN DE LA PRIMERA CARTA A LOS TESALONICENSES.