Incomparable
H. Rafael
No soy yo; es Cristo
El cristiano tiene muchas veces que enfrentarse por causa de su distinción de entre los muchos, con preguntas capciosas, y a veces algo agresivas. ¿Es que sois superiores?», dicen agraviados por causa de estas conductas cristianas. ¿En qué se diferencia un cristiano de nosotros? ¿Tal vez debemos pensar que, de su naturaleza humana, emanan mejores sentimientos o más deseos de hacer el bien? ¿Acaso una ética arcana y misteriosa?
Contestamos: No; no es así. Un hombre es igual a otro genéricamente, como hombre natural. La diferencia esencial e insalvable entre ambos, cristiano e incrédulo, es que el primero tiene su confianza puesta en Dios. Ésa es su inteligencia y su distinción. El pagano confía en sí mismo, que es confiar en nada.
La pregunta que se hace a los cristianos, por muy capciosa que sea, tiene una escueta contestación. A la pregunta: ¿Es que ustedes no son pecadores?, la respuesta es: Sí, somos pecadores. Pero pecadores perdonados.
Pecadores que han tirado a la basura del mundo, de donde han sido sacados por gracia, todas sus justicias, sus cualidades, y todo lo que en ellos representa para el mundo algo que, de algún modo, se concierta con lo más excelente de la sociedad en que vive. Es algo raro y de algún modo interpela a los demás.
Estos se sienten ofendidos. Si crees en el Dios verdadero estás también proclamando que los demás son falsos y eso enerva a las gentes. Si menosprecias a causa de tus convicciones cristianas las pompas y vanidades del mundo, sin quererlo, estás haciendo un reproche mudo de lengua, pero clamoroso en las obras.
La mundanas parecen meritorias y a veces lo son, y también son más espectaculares y aparentemente mejores que las que el piadoso pueda hacer, porque las otras son a veces espectáculo, son estentóreas, y las cristianas calladas y humildes. Para el cristiano estas vocingleras excelencias, son consideradas como hechas para el mundo y no para Dios (Filipenses 3:8).
Nuestra suficiencia proviene de Dios que nos reconcilió consigo mismo por medio de nuestro Señor Jesucristo (2 Corintios 5:19). Ese es nuestro honor, nuestra excelencia, nuestra seguridad, y todo lo que hay de bien en nosotros. No necesitamos nada más. La buena obra adorna y confirma nuestra vocación y elección (2 Pedro 1:10). Eso es todo; Cristo es todo eso en nosotros, y hace todo lo excelente en nosotros.
De modo que como dice la Escritura Santa: Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.
En marcha pues. O somos o no somos.
Publicado en Cristianos Poéticos