Escudriñando las sendas antiguas en un mundo posmoderno

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Las riendas del hogar

Controversia

Juan Elías Vázquez

¿Qué le parece si le digo que 20 por ciento de los hogares en México son sustentados y dirigidos por mujeres? Esta realidad pone en entredicho una función de la que el hombre siempre se ha ufanado: la de llevar el chivo a la casa y traer vestido a su mujer e hijos, como “Dios manda”. Asimismo, evidencia que los roles asignados por la tradición a la pareja están cambiando dramáticamente.

Pero, ¿se trata efectivamente de una tradición o cada rol establecido posee su propósito específico? Porque es un hecho también que cada vez hay más mujeres que trabajan y aportan capital para el mantenimiento del hogar. Lo cual, desde el punto de vista bíblico, es loable. El libro de Proverbios dice que la mujer sabia “planta viña del fruto de sus manos”; “ve que van bien sus negocios”; “hace telas y vende, y da cintas al mercader” (Prov 31:16, 18, 24). El problema, entonces, no es que la mujer trabaje. Lo es que el hombre de la casa renuncie a mantener económicamente a su familia o, lo que es igual de reprobable, que abandone el hogar y jamás vuelva a interesarse por la suerte de los que ha dejado.

No se trata, entonces, de una costumbre; de que a un ser superior se le haya ocurrido, de repente, que “la mujer debe cuidar con especial cariño que los niños coman, y el hombre debe salir a partirse el lomo para arrimar la comida”. Para los cristianos el asunto se presenta claro… o quizá no tanto. Porque hay hermanos que todavía piensan que “enseñorearse de su mujer” (Gen 3:16) es lo mismo que haber adquirido el derecho del dominio conyugal absoluto. Cuando se habla de señorío –o sea, eso que le corresponde a un señor–, los hombres pensamos en el dominio, en el forzoso sometimiento de todo cuanto nos rodea. Vano esfuerzo, pero no por ello inocuo. Porque en la Palabra, hablar de señorío es hablar de administración, de la obligación de mantener y entregar al Señor los frutos de una excelente mayordomía. De tal manera que, cuando descuidamos nuestra función como administradores de las personas y bienes puestos bajo nuestro cuidado, no sólo nos volvemos inútiles en el hogar, sino además perjudicamos la buena marcha de nuestra casa.

Por otro lado, no nos sorprende la capacidad de la mujer para poder llevar las riendas del hogar. Ella sola se basta para alimentar, abrigar y educar a la familia. Ha llegado a decir, como afirma la Biblia, “diga el débil: fuerte soy” (Jl 3:10). Lo que sí nos sorprende ingratamente es que el varón renegado, aun considerando a la varona como el sexo débil, sea tan bruto como para descargar en espaldas tan débiles el formidable peso que representa alimentar, abrigar y educar a una familia. ¿No cree usted?

Publicado en La Voz del Amado, Año 2 Número 12, junio-julio de 2008.