Testimonio
Abner Chávez
Cuando Joel Salazar tenía apenas diez años probó por primera vez la bebida: los residuos de las cervezas que le sobraban a su padre. Tras de los primeros tragos entró en él un espíritu de rencor y odio contra su padre alcohólico y golpeador de su madre. El paso inmediato fue la calle. Aunque era un chiquillo retraído, solitario, vivió su adolescencia entre cervezas, supuestos amigos, un poco de trabajo y riñas.
Las calles de la colonia Virgencitas en Nezahualcóyotl, un inmenso páramo en la década de los sesenta, fueron testigos de su juventud sin freno. La calle fue su escuela. Su alcoholismo se agravó incluso después de haberse casado a los 16 años y haber procreado a cinco hijos. Llegó a quedarse a dormir en la calle.
Cuando el alcohol ya no satisfizo a Joel, le entró a las drogas. Se drogaba de lunes a domingo. Probó de todo. Mariguana, cocaína, pastas, chochos, cuyo efecto lo hizo perder, primero el dinero, luego la conciencia y después la vergüenza. Robaba a transeúntes y negocios para sostener su vicio. Las farmacodepedencia lo hizo participar en una riña en donde perdió la vida un muchacho, lo cual lo llevó a la cárcel. Ahí, el alcoholismo y la drogadicción se potenciaron.
Tiempo después, en 2001, ya afuera, le metieron un balazo en el vientre. Una profunda cicatriz al lado derecho de su ombligo atestigua lo que entonces le dijeron a su esposa, que mejor ya no contara con él, pues iba a morir. Ahí tomó conciencia del peligro que significaban las drogas y se arrepintió. Unas primas cristianas le llevaron un caset de un tal Josmar y su testimonio y le regalaron una Biblia.
El arrepentimiento le duró un mes. Las drogas lo tenían atrapado. Incluso, algunas hojas de ese libro negro que le llevaron sus primas, de las cuales se burlaba tanto, le sirvieron para seguir drogándose. Aproximadamente siete años estuvo preso en ese inmenso abismo. Su esposa lo dejó. Perdió a sus hijos. Se quedaba a dormir en el basurero del mercado de la Virgencitas. No se bañaba, no comía, deambulaba como cadáver viviente por las calles. Llegó un momento en que quiso quitarse la vida.
El encuentro
Una sobredosis lo llevó al hospital. Luego con hechiceros, brujos y grupos de ayuda. Joel quería salir de esa prisión, pero no podía. Se daba cuenta de la vida inútil que llevaba, pero la adicción era más fuerte que su voluntad. Una ocasión, cuando la noche parecía más negra, afuera de un Elektra vio un puesto de biblias. Escuchó algunos cantos que le llaman la atención. Le impacta el libro y decide comprárselo. No lee la Biblia, sino que sigue drogándose. Unos días después, un domingo que andaba por la avenida Pantitlán, afuera del Centro Familia Cristiano Genezaret, escuchó los cantos. Primero se siguió de frente. Luego regresó. Quiso entrar, pero dudó. “Yo qué hago aquí –se preguntó–, mejor me voy”. Cuenta que se fue y a una cuadra antes de la López, una fuerza sobrenatural lo hizo regresar. Y lo metió hasta las bancas de adelante.
Al escuchar las alabanzas “empiezo a sentir algo muy bonito dentro de mí”, relata. A la hora del mensaje, el predicador estadunidense Roberto Evans expone la palabra de Dios y de pronto interrumpe el sermón y señala a Joel. “Tú, joven –me dice–. Y yo volteaba a ver a quién señalaba. Te estoy hablando a ti. El día de tu salvación ha llegado. Ya encontraste lo que andabas buscando. Dios conoce tu vida, pero Él te quiere perdonar en este día. Y si tú quieres entregarle tu vida a Cristo, Él te va a cambiar.
“Y cuando me hace el llamado, no me importó. Pasé al frente y no me importó que detrás de mí estuvieran más de mil personas, porque el auditorio es muy grande. Llegué y le pedí perdón a Dios. Yo sentí cómo empezaron a rodar mis lágrimas. Tú no lo ves, me decía, pero Él te trajo, está tratando contigo. Y cuando estoy postrado ahí en el altar, pidiéndole perdón y mil gentes atrás de mí, sentí cómo Dios me perdonó y quitó todo mi pecado, toda mi maldad, todos mis robos, todo lo malo que yo había hecho… Recuerdo que ese día recibí a Cristo como mi Salvador y mi Señor y cuando me paré me sentía muy ligero.
“Voy a ser muy honesto. Saliendo de la Iglesia quise volver a drogarme, y me vomité. Luego, en la semana, volví a drogarme, y vomitaba todo. El sábado que cobré por mi trabajo, me compré una botella de tequila que quise tomarme, pero la vomité. Al día siguiente volví a la iglesia y Dios me volvió a hablar, que Él me amaba, que quería cambiar mi vida. Y cómo sabía el predicador lo que yo andaba haciendo, las cosas malas que había hecho. Y esa fue la última dosis que me metí. Ya de ahí, gracias a Dios, hasta la fecha ya no he vuelto a drogarme.
“Yo sin saber, ahí en el altar, yo le dije a Dios: ‘Si Tú me sacas de la droga, yo te voy a servir’. Yo ni sabía lo que les estaba diciendo. Se me salió esa palabra que le dije. Y ahora veo, después de años, que Dios es un Dios de pactos, porque él me sacó de la droga y ahora yo le sirvo.
La dosis superior
“Empecé a congregarme. Iba yo martes, jueves, sábados, domingos. Los domingos, dos veces al día. Empecé a tener hambre por Dios. Así como antes tenía necesidad de la droga, como que me empecé a inyectar una dosis superior, que es Cristo. Empecé a tener sed de Dios. Él es la dosis superior que me inyecté, me fumé, inhalé. Porque no hay mejor droga que esa, que Cristo”.
“Yo llegaba a las cinco de la tarde y me quedaba afuera de la Iglesia, pues la abrían hasta las siete. Y asistir a la Iglesia fue algo consecutivo. Me le acerqué al pastor y le dije: ‘Pastor, yo vengo de esto y de lo otro, y él me dijo ‘Síguete congregando’. Y empiezo a predicar el Evangelio a mi propia familia. A mis hijos, que no vivían conmigo. A mi esposa, muy católica. Me la encontré en la calle y me dice: ‘Oye, te veo muy cambiado, qué tienes”. Le digo; ‘Conocí a Cristo y Él cambió mi vida’. ‘Y a dónde vas’, me dice. ‘Pues a una iglesia cristiana’. ‘Te puedo acompañar’, me preguntó. Y ese mismo día se convirtió mi esposa. Cuando regresamos, me dijo: ‘Ahorita regreso, voy por los niños, porque queremos estar contigo’.
Fue por mis hijos, les pedí perdón. Ese día recuperé mi familia. Dios me devolvió mi familia. Y fue lo primero que me devolvió. Luego me da un trabajo, donde gano muy bien. Me dio una casa y hasta una Iglesia, donde ahora pastoreo. Me dio un ministerio donde se rescatan a jóvenes que andan como yo anduve, que es la Casa cristiana de recuperación y apoyo contra las adicciones, que está ahí en Virgen de los Remedios # 101, en la colonia Virgencitas.
“Me he dedicado mucho a lo que es los niños de la calle. Ir a predicarles, a compartirles, hay mucha necesidad. Aquí mismo yo los reunía. Incluso los dejaba yo quedar aquí. Sin miedo, porque un drogadicto sabe amar, sabe respetar. “Mi trabajo ahí es espiritual. Yo les comparto todos los días a los internos. Yo les comparto la Palabra. Todos los días se les da enseñanza, discipulado, se ora por ellos, alabanza, adoración. Estás tres meses internados y se les da casa y alimento. Los llevamos de la mano a un cambio de vida.
“La gente, los amigos, a veces se burlaban de mí. Que el hermanito, el pastorcito, el aleluya. La gente de aquí de la colonia sabe muy bien quién fui y quién soy. Pero yo los bendigo y les comparto el Evangelio”.
Publicado en La Voz del Amado, Año I, Número 4, agosto 2007.
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